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03 March, 2012

Marzo 3. Limpien sus manos y purifiquen sus corazones.

Santiago 4:8 b Pecadores, limpiad*~ las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad*~ vuestros corazones.


     Santiago, hermano de nuestro Señor, había dado recientemente una serie de exhortaciones para someterse a Dios, resistir al diablo y acercarse a Dios. Todo corazón regenerado anhela una cercana comunión con Dios. El Salmista escribió, “Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo.” (Sal. 84:2).
     Santiago escribe a los creyentes como si fueran sacerdotes Judíos del Templo, quienes eran los únicos que podían entrar al área del Templo, pero que hoy es la experiencia de todo creyente en el Templo celestial. Luego da dos mandamientos adicionales para el sacerdote-creyente al acercarse a Dios: Limpien sus manos y purifiquen sus corazones. Así es como el creyente debe ir a la oración, con la expectativa de entender la voluntad de Dios a fin de estar listo para terminar ese encuentro e ir a practicar Su Palabra y mostrar el cuidado de Dios por la gente.
     La limpieza, sea ceremonial o moral, era importante en el AT a fin de enseñar los requisitos para acercarse al Dios santo. Isaías escribió, “Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré… Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos” (Isa. 1:15-16). Tengamos cuidado, no sea que abusemos la gracia y perdón de Dios al punto de no ser conscientes de nuestros pecados personales y perdamos el interés en Su Palabra.
     Aunque Santiago confía en que Dios ya ha plantado Su Palabra en estos lectores, a quienes se les hizo “nacer por la palabra de verdad” (1:18), él dirige este mandamiento a “pecadores”. Es el pecado el que separa al hombre de Dios. David escribió, “No se levantarán los malos en el juicio, ni los pecadores en la congregación de los justos.” (Sal. 1:5). Los creyentes a menudo pierden la visión de lo horrible de sus pecados y de su necesidad desesperada de una limpieza constante. Gracias a Dios, “si (estamos continuamente confesando) nuestros pecados (Griego, “fallar al blanco, apartarse de los mandamientos”), Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn.1:9). ¡Que nunca perdamos nuestra necesidad de limpiarnos constantemente para ser aceptados en Su presencia!
     Este paralelismo hebreo entre “limpiad vuestras manos” y “purificad vuestros corazones” le recuerda al creyente de Salmos 24:3-4: “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón…” El arrepentimiento no es solo por ofensas externas sino también por las corrupciones internas. Jesús dijo, “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mt. 15:19). Los de “doble ánimo” son aquellos que pretenden ser espirituales, pero que siguen amando la carne. Ellos viven una mentira.
     Para ser sacerdotes delante de Dios necesitamos limpiarnos continuamente de nuestras acciones de egoísmo y desobediencia, y purificar nuestros motivos de deseos egocéntricos, para así estar siendo continuamente transformados a la imagen de la Persona más maravillosa del Universo, el Señor Jesús. Sinceramente, ¿deseas ser como Jesús?

Salmos 24:3-4, “¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón…”

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